Los obispos sitúan a la familia como lugar privilegiado de acogida y discernimiento de la vocación al amor “en estos momentos en los que atravesamos un invierno vocacional” al sacerdocio, a la vida consagrada y al matrimonio cristiano. Ante esta situación, “no queremos instalarnos en una queja estéril que contempla pasivamente este ocaso de las vocaciones” porque “estamos convencidos de que la felicidad de cada persona pasa por el descubrimiento y vivencia en plenitud de la vocación que Dios ha soñado para ella desde toda la eternidad”.
Para descubrir esa vocación, entienden que es fundamental el papel de la familia en la formación de sus hijos y señalan que ninguna institución puede suplir su labor en la educación, «especialmente en lo que se refiere a la formación de la conciencia. Cualquier intromisión en este ámbito sagrado debe ser denunciada porque vulnera el derecho que tienen los padres de trasmitir a sus hijos una educación conforme a sus valores y creencias”.