CIEN AÑOS DE
LA CONSAGRACIÓN DEL TEMPLO ACTUAL DE LA PARROQUIA DE BEZANA
(Homilia del Obispo)
(Homilia del Obispo)
1.Unos datos
históricos sobre el templo actual de la Parroquia de Bezana y la reliquia del
'Lignum Crucis”
La
Parroquia, situada en Bezana, comprende su jurisdicción también sobre los
pueblos de Mompía y Prezanes, desde finales del siglo XIV (ca. 1380). Debido al
mal estado que presentaba el antiguo templo, el sacerdote Don Miguel Gutiérrez
Herrera, originario de Santa Cruz de Bezana y párroco de Comillas, llevado de
su gran amor por la arquitectura, diseña los planos de las bó-vedas, lo que le
ha dado justa fama a la iglesia, y se convierte en el gran impulsor de la
construcción del actual templo.
El 3 de Mayo
de 1917, cuando estaba concluido el grueso del edificio, se procedió a su
inauguración. El entonces obispo, Don Vicente Santiago y Sánchez de Castro, consagró
la Iglesia.
"Lignum
Crucis en Bezana"
El 30 de
Junio de 1901, Don Emilio Marquina da cuenta a sus feligreses de la compra de
una verdadera reliquia del "Lignum Crucis" que ha llevado a cabo en
Roma.
Este sagrado
vestigio, provisto de su correspondiente "auténtica", estaba embutido
en un relicario hecho de bronce y con forma de custodia. Una vez que Don Alejandro
Fernández Cueto, Vicario general de la Diócesis de Santander, lleva a efecto,
en nombre del obispo de la misma que se encuentra ausente, el necesario reconocimiento
y aprobación de dicha reliquia, se procede a colocar la misma sobre la mesa del
Altar mayor de la Iglesia para su adoración. Lamentablemente, esta reliquia desaparece
sin dejar rastro durante la Guerra Civil española (1936).
Ese mismo
año, el párroco Don Ángel Viqueira, resistiéndose a abandonar a sus feligreses,
hizo caso omiso a las amenazas de muerte que pesaban sobre él, acabo asesinado
aquel mismo año (1936) en el mes de Septiembre. En este momento, junto a otros
sacerdotes y laicos de nuestra Diócesis, está en proceso de Beatificación, que
ya ha recibido el Nihil Obstat concedido este mismo año por la Santa Sede.
2.
Profundicemos en el significado de lo que hoy celebramos
2.1. Cristo,
el verdadero y único templo del Dios vivo y verdadero.
La morada de
Dios entre los hombres, el verdadero "lugar" de encuentro con Él, no es
tanto un edificio construido por hombres, sino la misma Persona de Cristo, el Verbo
encarnado, el Hijo de Dios hecho hombre. Cuando el Señor profetiza la destrucción
del templo, en realidad estaba hablando, como anota San Juan, "del templo
de su cuerpo". "Destruid este templo, y en tres días lo levantaré de
nuevo". Y, en efecto, destruido en la muerte de cruz, el cuerpo de Jesús
fue levantado a los tres días por su gloriosa resurrección. El Cuerpo del Señor
Resucitado es el Templo definitivo de Dios, "el lugar donde reside su
gloria".
2.2.
"Sois templo de Dios" (1 Cor. 3)
Esta
"personalización" del templo nos permite comprender también las palabras
de San Pablo cuando dice: "Sois edificio de Dios ( ... ), sois templo de
Dios" (cf 1Corintios 3,9-11.16-17). Los cristianos, unidos al Señor por el
Espíritu Santo, hechos miembros de su Cuerpo, somos en el mundo el Templo donde
Dios habita.
"Acercándoos
a él, piedra viva, desechada por los hombres, pero elegida, preciosa ante Dios -escribe
el apóstol-, también vosotros, cual piedras vivas, entrad en la construcción de
un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios
espirituales, aceptos a Dios por medio de Jesucristo" (1 Pe 2, 4-5). Casi
desarrollando esta bella metáfora, san Agustín observa que mediante la fe los
hombres son como maderos y piedras cogidos de los bosques y de los montes para
la construcción; mediante el bautismo, la catequesis y la predicación se van
desbastando, es cuadrando y puliendo; pero se convierten en casa del Señor sólo
cuando se acompañan por la caridad. Cuando los creyentes se ponen en contacto
en un orden determinado, se yuxtaponen y cohesionan mutua y estrechamente,
cuando todos están unidos con la caridad se convierten verdaderamente en casa
de Dios que no teme
derrumbarse (cfr Serm., 336).
La comunidad
viva es más sagrada que el templo material que fue consagrado hace cien años. Y
para construir este templo vivo, espiritual --que sois vosotros--, se necesita
mucha oración, se necesita valorar toda oportunidad que ofrece la liturgia, la catequesis
y las múltiples actividades pastorales, caritativas, misioneras y culturales que
conservan "joven" a vuestra parroquia.
He releído
recientemente una anécdota que me ha parecido muy expresiva en relación al tema
de hoy. Es ésta: cuando Yuri Gagarin, el famoso astronauta ruso, volvió de su
viaje espacial a la luna, hizo una "solemne" y "oficial"
declaración: en su recorrido por el espacio no se había encontrado con Dios. Un
sacerdote de Moscú le contestó con una atinada respuesta: "Es natural, si
no lo habías encontrado en la tierra jamás lo encontrarás en el cielo".
La
respuesta, preciosa respuesta, podemos aplicarla a nosotros. Si al acercarnos a
templo o al salir de él, es decir, en nuestra vida diaria, ésa que empieza cada
mañana con el trabajo, con la convivencia, con la sonrisa, con la paciencia, con
la humildad, con la caridad, con la atención al otro, con el vencimiento del
orgullo y de la soberbia, de la maledicencia y de la murmuración, de la envidia
y de la avaricia... somos incapaces de encontrarnos a Dios, difícilmente le encontraremos
aquí en el templo parroquial.
La memoria
del Lignum crucis de Bezana nos ha de llevar a recordar que la cruz, asumida
por amor, siempre culmina en la Pascua, en el triunfo. Una clave para vivir
este Año como verdaderamente Jubilar es intensificar la experiencia de la alegría
evangélica, que nace, pasando por la cruz, de la resurrección de Jesucristo. La
alegría debe impregnar nuestra vida cristiana. Durante este Año Jubilar hemos
de recuperar la alegría de ser cristianos, la alegría de habernos encontrado
personalmente con Jesucristo y confiar plenamente en El, la alegría de
reconocer su presencia en medio de nuestras debilidades. En nuestro mundo los cristianos
tenemos que ser reconocidos por nuestra alegría. Hemos de ser la comunidad de
la alegría, el pueblo de las Bienaventuranzas. La alegría será el signo de que
hemos acogido la Buena Noticia de la salvación, la señal de que hemos sido evangelizados.
Un Año
Jubilar como el que acabamos de iniciar puede ayudarnos muy eficazmente en la
transformación misionera de nuestra diócesis mediante la conversión sincera y
la potenciación de nuestra pasión evangelizadora.
+Manuel
Sánchez Monge
Obispo de
Santander
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