domingo, 9 de julio de 2017

CIEN AÑOS DE LA CONSAGRACIÓN DEL TEMPLO ACTUAL DE LA PARROQUIA DE BEZANA

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CIEN AÑOS DE LA CONSAGRACIÓN DEL TEMPLO ACTUAL DE LA PARROQUIA DE BEZANA
(Homilia del Obispo)



1.Unos datos históricos sobre el templo actual de la Parroquia de Bezana y la reliquia del 'Lignum Crucis”



La Parroquia, situada en Bezana, comprende su jurisdicción también sobre los pueblos de Mompía y Prezanes, desde finales del siglo XIV (ca. 1380). Debido al mal estado que presentaba el antiguo templo, el sacerdote Don Miguel Gutiérrez Herrera, originario de Santa Cruz de Bezana y párroco de Comillas, llevado de su gran amor por la arquitectura, diseña los planos de las bó-vedas, lo que le ha dado justa fama a la iglesia, y se convierte en el gran impulsor de la construcción del actual templo.

El 3 de Mayo de 1917, cuando estaba concluido el grueso del edificio, se procedió a su inauguración. El entonces obispo, Don Vicente Santiago y Sánchez de Castro, consagró la Iglesia.



"Lignum Crucis en Bezana"



El 30 de Junio de 1901, Don Emilio Marquina da cuenta a sus feligreses de la compra de una verdadera reliquia del "Lignum Crucis" que ha llevado a cabo en Roma.

Este sagrado vestigio, provisto de su correspondiente "auténtica", estaba embutido en un relicario hecho de bronce y con forma de custodia. Una vez que Don Alejandro Fernández Cueto, Vicario general de la Diócesis de Santander, lleva a efecto, en nombre del obispo de la misma que se encuentra ausente, el necesario reconocimiento y aprobación de dicha reliquia, se procede a colocar la misma sobre la mesa del Altar mayor de la Iglesia para su adoración. Lamentablemente, esta reliquia desaparece sin dejar rastro durante la Guerra Civil española (1936).

Ese mismo año, el párroco Don Ángel Viqueira, resistiéndose a abandonar a sus feligreses, hizo caso omiso a las amenazas de muerte que pesaban sobre él, acabo asesinado aquel mismo año (1936) en el mes de Septiembre. En este momento, junto a otros sacerdotes y laicos de nuestra Diócesis, está en proceso de Beatificación, que ya ha recibido el Nihil Obstat concedido este mismo año por la Santa Sede.



2. Profundicemos en el significado de lo que hoy celebramos



2.1. Cristo, el verdadero y único templo del Dios vivo y verdadero.

La morada de Dios entre los hombres, el verdadero "lugar" de encuentro con Él, no es tanto un edificio construido por hombres, sino la misma Persona de Cristo, el Verbo encarnado, el Hijo de Dios hecho hombre. Cuando el Señor profetiza la destrucción del templo, en realidad estaba hablando, como anota San Juan, "del templo de su cuerpo". "Destruid este templo, y en tres días lo levantaré de nuevo". Y, en efecto, destruido en la muerte de cruz, el cuerpo de Jesús fue levantado a los tres días por su gloriosa resurrección. El Cuerpo del Señor Resucitado es el Templo definitivo de Dios, "el lugar donde reside su gloria".



2.2. "Sois templo de Dios" (1 Cor. 3)

Esta "personalización" del templo nos permite comprender también las palabras de San Pablo cuando dice: "Sois edificio de Dios ( ... ), sois templo de Dios" (cf 1Corintios 3,9-11.16-17). Los cristianos, unidos al Señor por el Espíritu Santo, hechos miembros de su Cuerpo, somos en el mundo el Templo donde Dios habita.

"Acercándoos a él, piedra viva, desechada por los hombres, pero elegida, preciosa ante Dios -escribe el apóstol-, también vosotros, cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por medio de Jesucristo" (1 Pe 2, 4-5). Casi desarrollando esta bella metáfora, san Agustín observa que mediante la fe los hombres son como maderos y piedras cogidos de los bosques y de los montes para la construcción; mediante el bautismo, la catequesis y la predicación se van desbastando, es cuadrando y puliendo; pero se convierten en casa del Señor sólo cuando se acompañan por la caridad. Cuando los creyentes se ponen en contacto en un orden determinado, se yuxtaponen y cohesionan mutua y estrechamente, cuando todos están unidos con la caridad se convierten verdaderamente en casa de Dios que no teme derrumbarse (cfr Serm., 336).

La comunidad viva es más sagrada que el templo material que fue consagrado hace cien años. Y para construir este templo vivo, espiritual --que sois vosotros--, se necesita mucha oración, se necesita valorar toda oportunidad que ofrece la liturgia, la catequesis y las múltiples actividades pastorales, caritativas, misioneras y culturales que conservan "joven" a vuestra parroquia.

He releído recientemente una anécdota que me ha parecido muy expresiva en relación al tema de hoy. Es ésta: cuando Yuri Gagarin, el famoso astronauta ruso, volvió de su viaje espacial a la luna, hizo una "solemne" y "oficial" declaración: en su recorrido por el espacio no se había encontrado con Dios. Un sacerdote de Moscú le contestó con una atinada respuesta: "Es natural, si no lo habías encontrado en la tierra jamás lo encontrarás en el cielo".

La respuesta, preciosa respuesta, podemos aplicarla a nosotros. Si al acercarnos a templo o al salir de él, es decir, en nuestra vida diaria, ésa que empieza cada mañana con el trabajo, con la convivencia, con la sonrisa, con la paciencia, con la humildad, con la caridad, con la atención al otro, con el vencimiento del orgullo y de la soberbia, de la maledicencia y de la murmuración, de la envidia y de la avaricia... somos incapaces de encontrarnos a Dios, difícilmente le encontraremos aquí en el templo parroquial.

La memoria del Lignum crucis de Bezana nos ha de llevar a recordar que la cruz, asumida por amor, siempre culmina en la Pascua, en el triunfo. Una clave para vivir este Año como verdaderamente Jubilar es intensificar la experiencia de la alegría evangélica, que nace, pasando por la cruz, de la resurrección de Jesucristo. La alegría debe impregnar nuestra vida cristiana. Durante este Año Jubilar hemos de recuperar la alegría de ser cristianos, la alegría de habernos encontrado personalmente con Jesucristo y confiar plenamente en El, la alegría de reconocer su presencia en medio de nuestras debilidades. En nuestro mundo los cristianos tenemos que ser reconocidos por nuestra alegría. Hemos de ser la comunidad de la alegría, el pueblo de las Bienaventuranzas. La alegría será el signo de que hemos acogido la Buena Noticia de la salvación, la señal de que hemos sido evangelizados.

Un Año Jubilar como el que acabamos de iniciar puede ayudarnos muy eficazmente en la transformación misionera de nuestra diócesis mediante la conversión sincera y la potenciación de nuestra pasión evangelizadora.



+Manuel Sánchez Monge

Obispo de Santander
 



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